dilluns, 28 de maig del 2018

Sant Jordi 2018

Aquí trobareu els textos premiats aquest curs. Esperem que en gaudiu!



Llengua catalana 

2n d'ESO 
El nen de les estrelles , Lisse López

3r d'ESO 
Cada matí, en despertar,   Paula Vázquez

4t d'ESO 
Desesperança, Prahpreet Singh

1r batxillerat
Carta a Tirant lo Blanc, José Rego 

1r batxillerat humanístic
L’esclau grec, José Rego





Llengua Castellana

 1r d'ESO 
Poema, Ani Bodokia

2n d'ESO
 Gledia Osmeni
3r d' ESO 

Ana Lechuga
4t d'ESO  

Memoria de los viejos tiempos, Fran Boronat
Cuando te dije te quiero, Laia García
1r Bachillerato      

Sabor añejo de la carencia, Sergio Loza 

dimarts, 15 de maig del 2018

Poema




Soy yo, yo hundiéndome en páginas de un cuento,
O tal vez es un profundo océano,
Lleno de peligros y misterios que me ayudarán a definir el final de mi relato como persona.
O simplemente piedras que hoy duelen y mañana solo serán un castillo por el cual he convertido lo malo en lo bueno.
Soy yo, viendo como las hojas perecederas del árbol caen como las lágrimas que brotan de mis ojos.
Soy yo, yo destruyéndome lentamente y cayendo de nuevo, sin ninguna mano para agarrarme.
                               Ani Bodokia de 1r B

Sabor añejo de la carencia





Vino de mi representación
Firma  de promesas juveniles
Tan templada junto a mi
Y tan fría al separarte

Hoy te derramo de esta copa mi vino
desventuras verás si te quedas
Te derramo en esta carta blanca
Como si tu cama fuera

Para que traces tu camino
Dibujes tu pasado
En ese lienzo  blanco
Donde ya no me veré reflejado

No te culpes vino tinto
Fui yo quien no supo catar
Quien no sabe distinguir
Entre un amor y un penar

Si algún día quieres volver, vino mío
La copa rota encontrarás
Solo un par de botellas vacías
Del alcohol que bebí al llorar

De llorar tras mi penar
De llorar por llorar
De llorar de alegría
Y de tu aroma al despertar

Sé que dije, no bebería
Y que me dije no voy a amar
Se que dijiste que me querías
Y luego te fuiste sin vacilar

Las ranuras que tenía la copa
Que tú agrandaste aún más
Marchitándose cual rosa
Que no puede soportar más

Lo siento si no te dije nada  
No te quería preocupar
Tú disfruta  del amor y su martirio
Yo disfruto del sosiego y de mi olvidar

                                               Sergio Loza 1r Batxillerat

CUANDO TE DIJE TE QUIERO



Siguen en mi memoria esos momentos añejos,
Cuando aún me querías aunque fuera complejo.
Así tus susurros lograban mi pelo erizar,
Es una pena que eso no vaya a volver a pasar.
Cómo temblaba cuando tus dedos rozaban mi nuca,
Por desgracia esta es una relación de las que mañana caduca.

Este es un poema de amor al recuerdo,
Que, si tu amor era locura, me volviste cuerdo,
Ya no te pido respuestas, te pido tiempos viejos,
Cuando te dije “te quiero” debí decirte “te quiero lejos”.
Las incontables estrellas te nombraron capricornio,
A mi leo, pero tú me convertiste en unicornio.

Las mejores constelaciones las encontré en tu piel,
Tú encontraste aburrido mantenerte fiel.
Antes era dueño de cada uno de tus lunares,
Hoy desatas una guerra propia del dios Ares.
Gracias a tu combate me volví guerrero,
Ya no me hieren tus falsos “te quiero”.

¿De verdad nunca “conociste” a un herrero?
Porque tus mentiras dolían cual cuchillo de acero.
Qué iluso al creer que había encontrado una luz,
Porque no hay nada más triste que saber que no serás tú
La que me dé ese abrazo que me ponga en pie,
Ni la que estará a mi lado cuando vuelva a caer.


Seguiré adelante, me olvidaré de tu forma de querer,
Aunque haya piedras en el camino, sé que avanzaré.
Y cariño, tú piensas que no lo lograré,
Pero te juro de corazón que lo conseguiré.
Lo repetiré una y otra vez, como cuando lo logré:
Hallar una manera de repararme cuando yo mismo me destrocé.

                                                                                           Laia García, 4t d'ESO

Memoria de los viejos tiempos


Cada mañana de mi vejez, al despertar, no puedo evitar contemplar mi adormecido rostro frente al espejo de bordes que combinan a la perfección con el viejo armario de madera robusta que se encuentra situado elegantemente en una de las esquinas de mi humilde dormitorio. No sabría decir exactamente cuánto tiempo paso observando mi desgastado rostro, recordando aquellos días en los que desprendía vida e inocencia.
Corrían los años 60, muy alejados de nuestra década, no tanto en número sino más bien en sociedad. Sobre todo en mi pueblo, alejado de cualquier gran ciudad de nuestra querida España. Que, al encontrarse en el centro de ninguna parte, la telefonía no llegaba, las noticias del exterior no se conocían y ninguna casa contaba tan siquiera con un baño.
Mi madre me despertaba cada mañana sobre las siete y media para que le ayudase a cuidar de nuestro humilde huerto, sembrábamos tomates, patatas e incluso zanahorias. Cuando acababa, corría hacia la escuela del párroco del pueblo para no llegar tarde y no tener que soportar los duros castigos que nos imponían si lo hacíamos. En la escuela, aprendí a leer y a escribir en nuestra maravillosa lengua. Como mi madre no se había podido permitir ir a la escuela, mis hermanos y yo nos encargábamos de enseñarle lo aprendido diariamente. Ella nos lo agradecía con un delicioso pastel de zanahoria casero, receta que heredó de mi abuela paterna antes de que esta falleciera.
Mi padre trabajaba en la gran ciudad de Barcelona, en una de las fábricas más importantes, y ganaba mucho dinero por aquella época. Cada verano, nos llevaba a la gran ciudad durante unos días, en Barcelona descubrí mi afición por la escritura.
En mi pueblo, los niños por las tardes quedábamos todos en la plaza central, conocida como “Plaza Juventud”. Allí jugábamos hasta la llegada del ocaso. Jugábamos a correr y a atrapar, al escondite, a pica la pared … y las tardes calurosas íbamos a nadar al río.
Disfrutábamos cada momento del día, lo vivíamos como si fuese el último. Estábamos muy orgullosos de ser niños y no queríamos crecer. Por eso, todavía hoy, recuerdo aún incluso los secretos que nos explicábamos siempre detrás del almacén de la parroquia.
Cuando acabo de recordar, me calzo mis zapatillas de color azul desgastadas, regalo de mi difunta esposa, salgo de mi alcoba y me dirijo a la cocina descendiendo lentamente por las escaleras que llevan a la sala de estar. Allí, saludo a mis nietos que, sin levantar la vista de sus teléfonos móviles, me exigen el desayuno.
La sociedad se muere lentamente a medida que el tiempo avanza. Aquella época donde los niños interactuábamos entre nosotros quedó en el pasado enterrada entre paredes de recuerdos y de alegrías de aquellas personas que sí pudimos conocer el verdadero significado de ser niños e inocentes con toda una vida por delante alejada de las nuevas tecnologías. Pues ahora los jóvenes solo se preocupan por los “me gusta” que obtienen en las fotos que cuelgan en sus perfiles públicos de las mal llamadas redes sociales.
Dichosos aquellos días que permanecerán vivos en las memorias de aquellos que los disfrutamos…
                                                                             Fran Boronat, 4t d'ESO

dijous, 10 de maig del 2018

Desesperança

Desesperança

Un home sense força
sortia al carrer
que si la dona, que si el fill,
no tenia res.

Anava a treballar
amb l’ànima decaiguda,
portava un barret
i una jaqueta fosca.

Arriba al treball
i es troba amb un problema,
el seu cap
l’havia fet fora.

Surt de l’edifici
ja sense ofici,
torna cap a casa
sense esperança.

De sobte, comença a ploure
això sí, portava un paraigua.
Però només plou sobre ell,
va pensar que era el moment
de dir adéu, als seus pensaments.
           
                        Prahpreet Singh 4t d'ESO


dimarts, 8 de maig del 2018


Saya era una chica de catorce años de ojos verdes y pelo castaño que vivía en un pequeño pueblo de Japón llamado Itomori. Saya vivía con su hermana mayor Arisa y con su abuela. Saya tenía una relación muy especial con su abuela, ya que era como una madre para ella.

Toda su familia siempre había creído en la reencarnación. En su familia, cuando uno de ellos cumplía los quince años, tenían que decidir en qué se iban a reencarnar y creían que si lo deseaban durante toda su vida, al morir se reencarnarían en lo que habían deseado. Arisa, que ya tenía dieciocho años, había decidido que quería reencarnarse en un delfín porque le encantaba el mar. Su abuela quería reencarnarse en un cometa para poder vivir en el cielo y ver toda la Tierra desde arriba. Ella tenía un telescopio en su habitación por el cual le gustaba mirar el cielo de vez en cuando. Siempre le decían que estaba loca, que los cometas no tenían vida y que debería haber escogido otra cosa más realista. Pero a ella no le importaba, seguía deseando ser un cometa. Saya era la única persona que apoyaba a su abuela y a ella le fascinaba cuando su abuela le contaba todas las cosas que haría cuando fuese un cometa. Pero Saya todavía no tenía claro en que se quería reencarnar. Faltaban cinco meses para que cumpliera los quince años y todo el mundo no paraba de presionarla para que escogiese, todos menos su abuela. Ella le decía que no se preocupase, que pronto llegaría el momento en el que lo averiguase. Era el día del festival de otoño y todos se preparaban para ir a ver los fuegos artificiales. Saya los estaba mirando con su abuela pero esta se sentía un poco cansada y decidió irse a casa. Saya se quedó un rato más jugando con sus amigos. A la mañana siguiente, cuando Saya y Arisa se despertaron su abuela aún seguía durmiendo, cosa que era raro ya que su abuela siempre se despertaba temprano para ver las noticias. Empezaron a preocuparse y decidieron ir a su habitación para ver si se encontraba bien pero, al entrar, vieron que su abuela aún dormía. Se acercaron un poco y le dieron un pequeño toquecito en el brazo para que se despertase, pero ella no respondía. La sacudieron un poco pero se dieron cuenta de que no respiraba. Saya se puso a llorar de inmediato mientras Arisa, a la que le temblaban las manos y piernas, llamaba a un médico. Cuando este llegó, afirmó que había muerto por causas naturales mientras dormía. Se llevaron su cadáver tapado en una camilla. Saya no podía creerlo, la única persona del mundo que le apoyaba y a la que más quería del mundo, ya no estaba. Pasaron unos días pero Saya seguía igual, en cambio, Arisa lo llevó mejor, ya que ahora ella era la que tenía que cuidar de Saya. Entonces, Saya recordó lo que siempre le decía su abuela: “Cuando muera, me convertiré en un cometa y viajaré por el hermoso cielo”. Saya se levantó de un salto fue corriendo hacía la habitación de su abuela y cogió su telescopio. Fue hacia una pequeña montaña que había cerca de su casa y montó allí mismo el telescopio. Desde entonces, Saya iba cada noche a esa montaña y miraba por el telescopio para ver algún cometa con la esperanza de que fuese su abuela. Un día, mientras Saya y Arisa miraban las noticias, dijeron que pronto pasaría un cometa por el pueblo, un cometa llamado: “Cometa Miyazono”. Saya se emocionó muchísimo porque Miyazono era el apellido de su abuela. No dijeron qué día iba a pasar, por eso Saya seguía yendo a mirar por el telescopio cada noche. Ya había pasado un mes y todavía no había pasado ningún cometa por el pueblo. Arisa le decía que lo dejase, que no iba a pasar ningún cometa, y decía que era casualidad que tuviesen el mismo nombre. Arisa se había vuelto una persona muy seria y negativa desde que murió su abuela, por eso Saya no le hacía caso cuando le decía que lo dejase, ella seguía yendo cada noche a mirar por el telescopio como el primer día. Se acercaba el día de su cumpleaños, pero últimamente Saya no había pensado en el tema de su reencarnación.

Llegó el día de su cumpleaños de Saya, ella ya casi no se acordaba. Su hermana le había preparado una fiesta sorpresa e invitó a algunos de sus amigos. La fiesta de ese año fue especial porque ese mismo día tenía que decidir en qué se iba a reencarnar. Ya era de noche y cuando estaban a punto de traer el pastel, Saya fue a mirar por el telescopio, como siempre. Justo antes de que Saya se acercase para mirar, vio pasar un precioso cometa de varios colores que iluminó todo el pueblo. A Saya se le llenaron los ojos de lágrimas y en ese momento supo que ese cometa era su abuela. Desde ese momento Saya decidió que quería reencarnarse en una estrella, para ver pasar a su abuela sobre el hermoso cielo.
                                                                                 Ana Lechuga, 3r d'ESO

    Mi nombre es David, mis padres murieron en un accidente de coche cuando yo tenía trece años. Mis tíos no querían saber nada de mí, decían que les recordaba demasiado a ellos. Tuve que vivir en un orfanato, aunque no me gustaba para nada la idea. Me pasaba los días viendo jugar a los demás niños, mientras que yo no podía dejar de pensar en qué sería de mí, mi vida se había convertido en un infierno. No tenía ni amigos ni familia, lo había perdido absolutamente todo. O por lo menos eso pensaba yo…

     Cuando cumplí quince años, me fui a vivir a una casa con una familia de acogida, una pareja que tenía un hijo dos años más pequeño que yo. Esa familia me recordaba demasiado a la mía, ese niño tenía precisamente la misma edad que tenía yo cuando mis padres murieron. No me gustaba vivir allí, pero era mucho mejor que un orfanato. Cuando cumplí dieciséis me regalaron una bicicleta, eso me hizo recordar cuando mi padre me enseñó a montar por primera vez, fue el mejor regalo que nadie me había hecho en mucho tiempo. Cada vez me iba sintiendo más acogido en esa casa, me sentía como uno más de la familia. Cada tarde salía a dar una vuelta con la bicicleta y siempre terminaba en el mismo lugar, en la playa. Me gustaba sentarme en la orilla y observar el mar sin pensar en absolutamente nada. Me podía pasar allí horas y horas hasta que se hiciese de noche.

    Los años iban pasando y cada vez me sentía más afortunado, pero sobre todo, me sentía mejor conmigo mismo.

                                                                                                   Gledia Osmeni, 2n d'ESO
   

dijous, 3 de maig del 2018

Carta a Tirant lo Blanc


Estimat cosí Tirant.

Fa dos dies que he arribat a aquest país i no t’ho creuràs quan et digui el que estic veient. M’agradaria que vinguessis a veure-ho amb els teus propis ulls, amic meu.

Abans d’ahir vaig arribar a aquesta terra desconeguda i, des de llavors, em sento com un cavall sense el seu cavaller, és a dir, més perdut que mai. Aquí la gent porta roba diferent i , a més, en porten de molts colors, o sigui que segurament la majoria siguin rics o lladres, per això em deuen mirar tant al passar. Encara no he vist cap cavall, en lloc seu hi ha uns carros metàl·lics que van més de pressa que qualsevol altre animal i, a més, fan un soroll escandalós.

Això sembla un món totalment diferent, quasi no hi ha camp, les cases semblen per a gegants, hi ha tot tipus d’objectes estranys i, a sobre, he de menjar restes com un gos perquè ningú vol acceptar els meus diners.

Tractaré de conèixer tota aquesta cultura i llegiré per aprendre millor el seu idioma. Per cert, ahir vaig trobar un llibre amb el teu nom al títol, deu ser veritat això que diuen: la vida és tota una casualitat.

Encara no sé com enviar una carta aquí, però, quan ho sàpiga, t’enviaré aquesta.

Espero la teva resposta, cosí meu.


                                                                                                José Rego,  1r batxillerat Humanístic

Cada matí, en despertar


Cada matí, en despertar 

sento els nervis 

en saber que et tornaré a trobar,

en aquells passadissos tan llargs,

amb les llums dels florescents

que em prenen la teva mirada.

Oh, Flanagan! quin moment més intens

i que de pressa em passa el temps. 
                    
                             Paula Vázquez, 3r d'ESO






EL NEN DE LES ESTRELLES



Va passar un tres de novembre, era divendres. Ja feia setmanes que tenia mal de cap. Va ser a la classe de Visual i Plàstica, jo estava dibuixant a ma mare i mon pare, quan les vaig sentir per primera vegada, nàusees.
La meva mare estava treballant, quan la tutora la va trucar. En uns minuts ella va arribar preocupada, molt preocupada. Em va envoltar en els seus càlids braços. El camí cap al metge va ser una mica llarg.
Em van treure sang per fer una anàlisi. Després de comprovar els resultats, els doctors van posar mala cara, alguna cosa no anava bé. Em van citar per un altre dia, per fer-me més proves.
La meva mare es veia destrossada, jo diria que pel treball. A casa érem només nosaltres dues després de la mort de mon pare.
A la nit no vaig dormir bé, el cap em feia molt de mal, però no volia despertar a ma mare. Ella treballava molt per poder mantenir-nos.
En passar unes setmanes, el dia de les proves va arribar, dinou de novembre. Em van fer entrar a diverses màquines estranyes, després sortien imatges dels meus ossos, músculs i òrgans, això va ser sorprenent, com era possible?
Els doctors volien parlar amb ma mare a soles per això em van fer fora de la consulta, vaig estar a una sala de jocs on hi havia nens jugant. Un nen estava en una taula, ningú estava amb ell, així que em vaig apropar. Ell portava una gorra blanca al cap, els seus eren de color atzabeja, molt bonics i profunds, podria dir que tenia uns deu anys, quasi com jo.
-      Hola – em vaig animar a parlar-li.
Però no vaig rebre resposta, tan sols la seva mirada es posà en mi. Almenys tenia la seva atenció.
-      Què fas? – vaig preguntar amb curiositat.
La seva mirada va baixar cap a la taula, allí hi havia un dibuix.
-      Oh! Què dibuixes? – vaig preguntar.
Em vaig apropar una mica més, per veure millor.
-      Estrelles – va respondre per primera vegada.
Tenia una veu suau i dolça.
-      Per què estrelles?
Després de la pregunta, em va mirar uns segons en silenci i un somriure melancòlic.
-      Perquè el meu cor no funciona bé, i quan s’apagui, m’aniré a brillar amb les estrelles – mussità per a mi, només perquè jo l’escoltés.
Aquell somriure no es va marxar, li vaig somriure també.
Ma mare va arribar pocs minuts després de la nostra conversa. Ella plorava, però no em volia dir per què. Cada vegada que li preguntava, em responia amb evasives.
-      No és res, no et preocupis.
Tot anava bé fins aquella matinada, el mal de cap era insuportable, No em podia ni moure, a la mínima sentia com si morís, després vaig notar mucositat. “Oh! Què bé! Ara també estic refredada “, vaig pensar irònicament.
Però no, era sang, i no parava de rajar. Uns segons després jo era al terra, sense poder reaccionar, veure o escoltar. Morta en vida, perquè sí que sentia, sentia por.
Dies més tard, vaig obrir els ulls, em trobava al llit. Gràcies a l’olor, em vaig adonar que estava a l’hospital. Vaig poder veure a ma mare, ella estava al meu costat adormida. Tenia un rellotge digital a la seva mà, “3.43 AM”, era tard; per la finestra es podia observar el cel de nit.
Les estrelles.
Aquell nen em va venir al cap, al final mai li vaig dir el meu nom, ni vaig preguntar el seu. El “Nen de les estrelles”, sí, encara sona bé.
L’endemà, quan vaig despertar, ma mare no hi era. Em vaig aixecar per anar al lavabo. No podia, hi havia cables pertot arreu. Vaig prémer  un botó, i segons després va aparèixer una infermera. Ella em va ajudar a rentar-me i a esmorzar, però no em va parlar gaire.
En acabar d’esmorzar, la infermera em va portar a la sala de jocs. Ell estava allí, al mateix lloc. En aquell moment els dos portàvem la mateixa vestimenta de l’hospital, però ell portava la gorra blanca posada  com  el primer dia.
-      Hola, una altra vegada –li vaig dir, després d’apropar-me.
-      Oh! Hola! – va respondre somrient.
-      Què fas avui? – vaig preguntar.
-      Un puzle, és sobre l’espai. – em va respondre animat, posant la seva mirada en els meus ulls.
-      Què et puc ajudar? – vaig preguntar-li agafant una peça.
-      Sí, com vulguis.- va contestar.

Ja portava quasi un mes a l’hospital però no em preocupava, podia veure tots els dies al “Nen de les estrelles”. És curiós que, en tots aquells dies, mai vam necessitar fer ús dels nostres noms.
Va arribar el dos de desembre, quan el “Nen de les estrelles” no m’esperava a la taula de sempre. Vaig preguntar a les infermeres i elles em van portar a la seva habitació. La seva mare no hi era, ell estava despert llegint un conte.
No tenia bona cara, se’l veia cansat.
-      Hola! – va dir ell.
Em va costar de reaccionar.
-      Ei, què et trobes bé? – va preguntar-me preocupat.
Va posar una cara graciosa, podia sentir el què em volien dir els seus ulls, “no et preocupis”.
-      És clar  que sí, què llegeixes? – vaig respondre ràpidament.
-      És un conte que em va regalar la meva mare, es titula “Una rosa a la lluna”. Vols que te’l llegeixi? – va preguntar somrient.
Aquella tarda la vam passar al seu llit, llegint el conte i comentant coses que ens havien passat. Ell em va dir que en pocs dies ja s’aniria amb les estrelles, va dir que ho sabia perquè la seva mare plorava més i perquè hi havia coses que ja no podia fer, ja no tenia energia.
Uns pocs dies després, el cinc de desembre, vam passar la nit junts, amb permís dels nostres pares, és clar. Ell tenia programada una operació l’endemà i durant la nit em va demanar veure les estrelles junts.
Aquella nit, el negre atzabeja es mesclava amb la brillantor de les estrelles, estrelles que jugaven entre si, donant vida a la màgia, deixant volar la nostra imaginació.
-      Gràcies, gràcies per ser la meva amiga, gràcies per passar aquests dies al meu costat, gràcies. – va mussitar, somrient una altra vegada melancòlicament.
No vaig respondre, vaig somriure amb ell, observant la meravella de la nit.
-      Brillaré per a tu totes les nits.
-      Jo t’observaré i t’admiraré, totes les nits.
Una promesa que, ara, després de sis anys, encara mantenim els dos. Aquesta és la meva història amb ell, amb el “Nen de les estrelles”.
                                                                                           
                                                                                                       Lisse López, 2n d'ESO