Saya era una chica de catorce años de ojos verdes y pelo castaño que
vivía en un pequeño pueblo de Japón llamado Itomori. Saya vivía con su hermana
mayor Arisa y con su abuela. Saya tenía una relación muy especial con su
abuela, ya que era como una madre para ella.
Toda su familia siempre había creído en la
reencarnación. En su familia, cuando uno de ellos cumplía los quince años,
tenían que decidir en qué se iban a reencarnar y creían que si lo deseaban
durante toda su vida, al morir se reencarnarían en lo que habían deseado.
Arisa, que ya tenía dieciocho años, había decidido que quería reencarnarse en
un delfín porque le encantaba el mar. Su abuela quería reencarnarse en un
cometa para poder vivir en el cielo y ver toda la Tierra desde arriba. Ella tenía
un telescopio en su habitación por el cual le gustaba mirar el cielo de vez en
cuando. Siempre le decían que estaba loca, que los cometas no tenían vida y que
debería haber escogido otra cosa más realista. Pero a ella no le importaba,
seguía deseando ser un cometa. Saya era la única persona que apoyaba a su
abuela y a ella le fascinaba cuando su abuela le contaba todas las cosas que
haría cuando fuese un cometa. Pero Saya todavía no tenía claro en que se quería
reencarnar. Faltaban cinco meses para que cumpliera los quince años y todo el
mundo no paraba de presionarla para que escogiese, todos menos su abuela. Ella
le decía que no se preocupase, que pronto llegaría el momento en el que lo
averiguase. Era el día del festival de otoño y todos se preparaban para ir a
ver los fuegos artificiales. Saya los estaba mirando con su abuela pero esta se
sentía un poco cansada y decidió irse a casa. Saya se quedó un rato más jugando
con sus amigos. A la mañana siguiente, cuando Saya y Arisa se despertaron su
abuela aún seguía durmiendo, cosa que era raro ya que su abuela siempre se
despertaba temprano para ver las noticias. Empezaron a preocuparse y decidieron
ir a su habitación para ver si se encontraba bien pero, al entrar, vieron que
su abuela aún dormía. Se acercaron un poco y le dieron un pequeño toquecito en
el brazo para que se despertase, pero ella no respondía. La sacudieron un poco
pero se dieron cuenta de que no respiraba. Saya se puso a llorar de inmediato
mientras Arisa, a la que le temblaban las manos y piernas, llamaba a un médico.
Cuando este llegó, afirmó que había muerto por causas naturales mientras
dormía. Se llevaron su cadáver tapado en una camilla. Saya no podía creerlo, la
única persona del mundo que le apoyaba y a la que más quería del mundo, ya no
estaba. Pasaron unos días pero Saya seguía igual, en cambio, Arisa lo llevó
mejor, ya que ahora ella era la que tenía que cuidar de Saya. Entonces, Saya
recordó lo que siempre le decía su abuela: “Cuando muera, me convertiré en un
cometa y viajaré por el hermoso cielo”. Saya se levantó de un salto fue
corriendo hacía la habitación de su abuela y cogió su telescopio. Fue hacia una
pequeña montaña que había cerca de su casa y montó allí mismo el telescopio.
Desde entonces, Saya iba cada noche a esa montaña y miraba por el telescopio
para ver algún cometa con la esperanza de que fuese su abuela. Un día, mientras
Saya y Arisa miraban las noticias, dijeron que pronto pasaría un cometa por el
pueblo, un cometa llamado: “Cometa Miyazono”. Saya se emocionó muchísimo porque
Miyazono era el apellido de su abuela. No dijeron qué día iba a pasar, por eso
Saya seguía yendo a mirar por el telescopio cada noche. Ya había pasado un mes
y todavía no había pasado ningún cometa por el pueblo. Arisa le decía que lo
dejase, que no iba a pasar ningún cometa, y decía que era casualidad que
tuviesen el mismo nombre. Arisa se había vuelto una persona muy seria y
negativa desde que murió su abuela, por eso Saya no le hacía caso cuando le
decía que lo dejase, ella seguía yendo cada noche a mirar por el telescopio
como el primer día. Se acercaba el día de su cumpleaños, pero últimamente Saya
no había pensado en el tema de su reencarnación.
Llegó el día de su cumpleaños de Saya, ella ya casi no se acordaba. Su
hermana le había preparado una fiesta sorpresa e invitó a algunos de sus
amigos. La fiesta de ese año fue especial porque ese mismo día tenía que
decidir en qué se iba a reencarnar. Ya era de noche y cuando estaban a punto de
traer el pastel, Saya fue a mirar por el telescopio, como siempre. Justo antes
de que Saya se acercase para mirar, vio pasar un precioso cometa de varios
colores que iluminó todo el pueblo. A Saya se le llenaron los ojos de lágrimas
y en ese momento supo que ese cometa era su abuela. Desde ese momento Saya decidió
que quería reencarnarse en una estrella, para ver pasar a su abuela sobre el
hermoso cielo.
Ana Lechuga, 3r d'ESO
Ana Lechuga, 3r d'ESO
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